jueves, 21 de noviembre de 2019

UN TIPO DURO DE OJOS LÁNGUIDOS






"Lo único que me diferencia de mis compañeros actores es que yo he pasado más tiempo en la cárcel."


(Robert Mitchum)




Actor, poeta, compositor y cantante, la carrera artística de Robert Mitchum fue de lo más polifacética. Pese a ello, la fama no fue el galón que más luciría públicamente.


La vida del chico malo de Connecticut estuvo repleta de episodios trágicos y vivencias bizarras, situaciones todas ellas que acabarían por marcar de forma decisiva las formas y los gestos que más tarde reflejaría a lo largo de su obra.



A pesar de su exitosa carrera, daba la impresión de ser un actor de lo más humilde, ya que, como apuntábamos, despreciaba la fama, llegando incluso a afirmar que "ser actor no es un trabajo de verdad".





Mitchum no veía sus propias películas ("me pagan por rodarlas, no por verlas") y tampoco apreciaba sus cualidades como intérprete ("sólo tengo dos formas de actuar: con caballo y sin caballo").


Sus círculos más cercanos aseguraban que su aparente pasotismo era una pose; que en realidad se tomaba su trabajo muy en serio, pero que no quería que nadie se diera cuenta para mantener su imagen de tipo duro.

Por eso mismo, prefería que la gente comentara que fumaba marihuana de forma habitual o que era capaz de tomarse 50 vasos de whisky antes de cenar.



De hecho, Mitchum moriría a los 79 años víctima de un cáncer de pulmón, no sin antes haber sido advertido por diferentes médicos de que debía dejar el tabaco y la bebida.



Como era de esperar, Robert no les hizo ni caso, y la noche que murió fumó un cigarrillo y bebió una copa de whisky justo antes de irse a la cama por última vez.




Tras su fallecimiento corrió el rumor de que habían esparcido sus cenizas en una destilería de whisky. Dicho suceso no fue verídico, pero pudo haberlo sido, ya que Mitchum así lo pidió en vida. No obstante, su familia optó finalmente por arrojar sus cenizas al mar.



Vida familiar, tragedias y vagabundeo


Robert Charles Duram Mitchum nació el 6 de agosto de 1917, en el estado de Connecticut, en el seno de una familia humilde. De niño, tuvo que huir junto a su familia debido a problemas legales, ya que el  padre de Robert estuvo a punto de matar a un conductor de autobús por una discusión de tráfico. 

Tras este suceso se mudaron a Charleston (Carolina del Sur), región en la que Robert creció. Su padre encontró empleo en el ferrocarril, donde sufriría un accidente mortal al quedar atrapado entre dos vagones que acabaron aplastándole. 


Viuda y con tres hijos a su cargo, la madre envió a Robert a vivir a la granja de los abuelos, que estaba situada en Delaware. Allí el pequeño Robert se rebeló y fue expulsado de la escuela secundaria por pegar al director.



Asolado por la tragedia en una etapa tan temprana de su vida, Robert empezó a escribir poesía, y llegó a ser tan bueno que los periódicos publicaron algunos de sus poemas. 

Pero Mitchum no quería parecer un tipo blando por lo que, con sólo 14 años, entró en una banda de delincuentes juveniles y se marchó de casa. 


Era la época de la Gran Depresión.


El joven Robert viajó por todo el país colándose en trenes de mercancías como un vagabundo. De hecho fue arrestado en Georgia por vagabundear y fue sentenciado a 30 días de trabajos forzados (le pusieron a construir una autopista encadenado a otros prisioneros). Sin embargo, sólo estuvo allí 3 meses, ya que en un despiste de los guardias consiguió escapar corriendo, mientras los policías le disparaban. Estuvo a punto de morir, pero consiguió ocultarse y regresar a casa de su madre. 



En aquel entonces trabajó de todo un poco: boxeador, minero y portero de un night-club.

Cuentan las malas lenguas que una pelea de boxeo le ocasionó una lesión que lo dejó con su característica mirada triste y semi-somnolienta que después mostraría en la gran pantalla. 



Finalmente conocería a Dorothy Spence, la mujer de su vida. Quizá por ganarse su respeto, Mitchum fue en busca de trabajo a las fábricas que estaban abriendo en Los Ángeles, pero una vez allí, descubrió que en la industria del cine pagaban mucho mejor. No le costó mucho esfuerzo encontrar trabajo como figurante gracias a sus metro y 85 centímetros de alto, sus ojos azules y su cuerpo fornido. 



Hollywood meets Mitchum


A su llegada al paradisíaco entorno de L.A., Mitchum empezó a trabajar como especialista en varios rodajes. Montaba bien a caballo, pero jamás pensó que llegaría a ejercer de actor profesional. 



En 1943 apareció en un total de 19 películas, en gran parte westerns, y luego tuvo papeles más importantes como 30 segundos sobre Tokio (1944), de Mervyn LeRoy, junto a Spencer Tracy. Su consagración vendría con el drama bélico También somos seres humanos (1945), de William A. Wellman. 



Era la primera vez que un papel le interesaba realmente, aunque para él ser actor era un oficio más. Mitchum acabó encasillándose en el rol del cine negro, con una aparente inexpresividad que le ayudó a especializarse en personajes taciturnos y lacónicos.



Sydney Pollack, que lo dirigió en Yakuza (1974), afirmó de Robert que “de algún modo se avergonzaba de ser actor”, porque le resultaba un poco bochornosa toda la atención que generaba.




Le gustaba pasar el tiempo libre con sus amigos y beber. Solía salir de fiesta hasta horas intempestivas con Frank Sinatra, Orson Welles y John Wayne. Quería hacer las cosas propias de un hombre normal, pero Hollywood no era el lugar ideal para dar rienda suelta a sus deseos. Así, se fue ganando la fama de ‘chico malo’ que lo acompañó toda su vida. 

Empezó a ganar dinero y su mánager le estafó, causando la bancarrota de la familia. 

El 31 de agosto de 1948 un escándalo tambaleó su carrera, ya que fue detenido en una fiesta por posesión de marihuana y pasó casi dos meses en la cárcel. Mitchum siempre aseguró que le habían tendido una trampa.




Su innegable encanto se vio ensombrecido tanto por este sórdido asunto, que le apartó de las listas de candidatos a la estatuilla dorada de la Academia de Hollywood. Sin embargo, contó con el apoyo del magnate Howard Hugues, que controlaba parte de la compañía RKO. 

Durante la década de los cincuenta y sesenta continuó dejando su huella en el séptimo arte. En Río sin retorno (1954) actuó al lado de Marilyn Monroe e interpretó el tema principal musical.


Uno de sus papeles más reconocidos fue en la piel de un predicador de instintos asesinos en La noche del cazador (1955), que fue un fracaso comercial. Con Deborah Kerr rodó cuatro filmes, entre ellos Solo Dios lo sabe (1957) a las órdenes de John Huston, con quien entabló una gran amistad.



Gregory Peck le convenció para que hiciera de criminal en El cabo del terror (1962) y tres décadas después participó en el remake dirigido por Martin Scorsese. 



Junto a Shirley McLaine coprotagonizó Cualquier día en cualquier esquina (1962) y Ella y sus maridos (1964), además de entablar una relación amorosa que a punto estuvo de decir adiós a su matrimonio. Sin embargo, Dorothy permaneció a su lado hasta el final. 



Las actrices con las que trabajó le adoraban: Jane Russell, Deborah Kerr o Joan Collins hablaban maravillas de ese hombre que detestaba la falsedad que reinaba en la industria y al que le gustaba contar chistes picantes y explicar historias sin mirar el reloj.







Otro de sus papeles más memorables fue en la piel de un maestro viudo en La hija de Ryan (1970), de David Lean. 

A principios de la década de los setenta empezó a perder interés en el cine hasta que cayó en sus manos el personaje de Philip Marlowe, el detective de las novelas de Raymond Chandler que había inmortalizado Humphrey Bogart.

Mitchum dotó a su personaje de autenticidad y un carisma tan peculiar como Bogie en Adiós, muñeca (1975) y Detective privado (1978). En esta última actuó junto a James Stewart, que curiosamente falleció un día después que Mitchum.




En 1983, con 66 años, intervino en la miniserie Vientos de guerra, donde se hizo evidente su problema con el alcohol. Bebía mientras trabajaba y no se acordaba de sus textos. Ingresó en el centro Betty Ford para desintoxicarse. El tabaco tampoco ayudó a mejorar su delicada salud. Tuvo un enfisema y llegó a depender del oxígeno; aún así continuó fumando. 

Tras la apariencia de tipo duro, Mitchum fue un hombre sensible que ahogó su inseguridad en litros de alcohol y se vanaglorió de no haber entrado en el juego de Hollywood. “Nunca he cambiado, excepto de calcetines y ropa interior. Y nunca hice nada para glorificarme a mí mismo o mejorar mi suerte. Tomé lo que vino e hice lo mejor que pude con ello”.

Mitchum rodó en total 133 películas y teleseries, fue nominado al Oscar por el drama bélico "También somos seres humanos" y, ya en su madurez, recibió el premio Donostia por el conjunto de su carrera.



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