sábado, 14 de diciembre de 2019

MIRADAS VENDADAS







“Los más desgraciados no son los que sufren las injusticias, sino los que las cometen.”


(Montesquieu)






Hacer una aproximación histórica, recrear escenarios momentáneos a través de la gran pantalla, no es tarea sencilla para el cineasta. Conseguir reconstruir personalidades que desborden sensaciones de temor, inquietud, pesar o esperanza idénticas o, si se prefiere, comparables a las que en su día vivieron los personajes retratados en una obra, es una cumbre al alcance de muy pocos. 


El cine japonés no es extraño a esta consideración y, muy en especial, su generación perteneciente a la segunda mitad del siglo pasado. El compromiso mostrado por los realizadores de la mencionada etapa para con las experiencias vividas por su nación (en concreto, en las más oscuras décadas precedentes) es una de las notas estéticas más llamativas de sus carreras fílmicas. 


Este es el caso de una de las películas que más reconocimiento ha obtenido por parte de la crítica nipona (y más recientemente, también de la occidental): "Veinticuatro ojos" (1954, Keisuke Kinoshita). 




Basada en la novela homónima escrita en 1952 por Sakae Tsuboi, la historia nos sitúa en 1928, durante el alzamiento nacionalista de la era Showa. Una joven maestra llamada Hisako Ōishi (Hideko Takamine) reside en un pequeño pueblo costero en la isla de Shodoshima en el mar interior de Seto. La modernidad y sobre todo su hábito de salvar la larga distancia entre la escuela y su casa en bicicleta situada al otro lado de la bahía despiertan los rumores de los aldeanos hasta el día en que una caída le obligó a aceptar una licencia: estudiantes, triste por su ausencia, deciden recorrer el largo viaje a su casa. La reunión se carga de emocionalidad y sella un apego muy fuerte entre los estudiantes y su profesora. Con los años, el destino de cada uno diverge de los otros. Algunos muchachos son reclutados como soldados a la guerra, las niñas no tienen la oportunidad de continuar sus estudios, y durante el período militarista la maestra, viéndose expuesta a la presión de sus superiores, renuncia al oficio de la enseñanza. A pesar de estos acontecimientos, los vínculos con los estudiantes que ya habían aparecido en su primera clase son muy fuertes y, después de la guerra, cuando la profesora regresa a trabajar, se encuentra con algunos de sus alumnos, desatándose entonces la catarsis del film. 




En este film, Kinoshita realiza un magnífico retrato social, tanto de una comunidad sumida en los más hondos valores tradicionalistas, como del encuentro de la misma con los avatares del pensamiento más aperturista. 


Efectivamente, el argumento nos lleva a la vida de una pequeña isla llamada Shodoshima en la que impera un angosto ambiente rural y costumbrista, y nos relata las consecuencias que tiene la llegada de una joven y moderna profesora de ciudad, la señorita Oishi, con el propósito de impartir clases de primaria. Y he aquí uno de los aspectos más curiosos y llamativos del film y, en mi opinión, uno de sus grandes aciertos: la confrontación entre tradición y modernidad. Así las cosas, tan pronto como la profesora entra en escena, los recelos no tardan en aflorar entre los aldeanos, fruto de ese "choque de culturas" tan pronunciado en la sociedad del momento. 


Pero Kinoshita va más allá y profundiza en las raíces del contexto. A lo largo del metraje, la génesis del drama la va perfilando a través de sus protagonistas; Oishi y sus pequeños alumnos. Es entonces cuando la temática sitúa su centro de gravedad en dos puntos clave. Por un lado, la condición paupérrima en la que se ven obligados a vivir los habitantes de Shodoshima. Por otro, los ideales y el pensamiento que presidía el mundo nipón (un exacerbado amor por la patria y un desmedido sentido del deber y del honor). La articulación de ambos factores es un fascinante recurso, ya que, y como podemos observar, influyen de forma decisiva en el crecimiento de los niños y determinan sus elecciones vitales, hasta el punto de terminar por conducirlos a los más fatales destinos. 




A raíz de ello, los personajes son arrastrados a (sobre)vivir en las más trágicas situaciones familiares y personales, hecho que afecta de lleno a Oishi, la cual se ve invadida por un funesto sentimiento de impotencia al comprobar que sus inmejorables intenciones poco pueden hacer para solventar los dramas que se van sucediendo. Las interpretaciones al respecto rozan la excelencia. 


Quizás, uno de los puntos flacos de la película sea una aparente desigualdad en el desarrollo de cada uno de los personajes. No obstante, el guión muestra una compacta construcción, a lo que se une el uso (a modo de estandarte) de un crudo realismo social, que sirve para enfatizar el relato y hacernos partícipes del mismo. 




Sin duda, el mensaje que nos transmite este film, de necesario visionado para todo amante del séptimo arte (y del arte en general), es ese grito que clama contra lo irracional, contra la barbarie que puede derivarse del "ideal". 


Kinoshita, al igual que sus coetáneos, infunde en sus creaciones un claro cometido contra el belicismo y el imperialismo militarista (una de las mayores lacras de la historia de Japón), contraponiéndoles la razón y la educación en valores. 


Y lo bello de la cuestión es que acomete dicha labor mediante un gélido golpe de viento.




jueves, 5 de diciembre de 2019

LA DESHUMANIZACION DEL HOMBRE







"Ríe y el mundo reirá contigo; llora y llorarás solo"


(Ella Wheeler Wilcox)







[Contiene Spoiler] Una vez más, la venganza. Un tema de gran recurrencia en la historia del cine. No son pocas las ocasiones en las que el “ojo por ojo” ha sido retratado en la gran pantalla. Prueba de ello la podemos hallar en numerosos ejemplos; desde justicieros insaciables de la talla de Charles Bronson (véase la práctica totalidad de su filmografía), hasta los más recientes verdugos moralizantes, como es el caso de Gerard Butler en "Un ciudadano ejemplar", pasando por figuras paternales que se convierten en auténticos matones, cuando la familia corre peligro, como es el caso de Liam Neeson, en la saga "Venganza".




El caso de "Oldboy" (2003, Park Chan-wook), sin embargo, merece la mención de atipicidad dentro de este género. 


Basada el manga japonés homónimo, idea original de Garon Tsuchiya y Nobuaki Minegishi, la historia comienza relatando la angustiosa situación a la que es arrastrado un hombre de negocios llamado Oh Dae-su, al ser víctima de un desafortunado secuestro. 


Con esta premisa, el realizador surcoreano nos presenta un film absolutamente perturbador, impactante y mucho más creíble (dentro de lo increíble del caso) que sus predecesores. 


El cautiverio le deparará a nuestro protagonista 15 años de aislamiento total. Atormentado por la confusión, intentará una y otra vez encontrar respuestas a una realidad de la que es preso, a la vez que este procedimiento va devorando las entrañas de su ser.


La narración logra captar (de manera progresiva) al espectador, hasta el punto de hacerlo partícipe del grotesco drama, de la lucha, de las decisiones y del desenlace. 


Aunque la película está basada en el precitado manga japonés, la trama se sitúa en Corea del Sur y no en Japón. Aun así, se quiso hacer un guiño y homenaje al país del Sol Naciente, rindiendo tributo a una de las figuras más aclamadas y veneradas del cine nipón: Akira Kurosawa. 


El homenaje es un tanto curioso, ya que resulta imperceptible para el público que no sepa leer coreano. El nombre del restaurante en el que Oh Dae-su aparecce comiendo se llama "Akira", siendo este detalle un guiño al nombre del director de "Rashômon" y "Los Siete Samurais", tal y como confirmaría posteriormente el propio Chan-wook. 


Las casi dos horas de metraje parecen desvanecerse a ritmo de una efímera hipnosis; una sensación de embriaguez visual que se mantiene hasta el punto final de la obra. 


Decir que "Oldboy" se limita a ser una historia de un secuestrador que atormenta a su cautivo supone quedarse en la superficie. Chan-wook profundiza, de manera eficaz, en los más recónditos rincones de la mente, y se sumerge en las más escabrosas conductas humanas; los inesperados giros que va experimentando la trama a través de los personajes erizan el vello de los menos susceptibles.


En cuanto a las interpretaciones, destaca la brillantez que adquiere la dualidad protagonista-antagonista. 


Por un lado, Oh Dae-su (encarnado por Min-sik Choi), en el que trascienden varios momentos: el primero, donde su salud mental va menguando lentamente, al ser privado de la más mínima relación con su entorno; el segundo, en el que se desata su instinto más primitivo y salvaje; y el tercero, en el que acontece su descenso a los infiernos. 


Por otro lado, Lee Woo-jin (encarnado por Yu Ji-tae) que evoluciona desde la incógnita de lo impasible en un primer momento del film, hasta  una “plena desnudez”, al desvelarse finalmente la cruda realidad de la historia. 


Estéticamente, "Oldboy" es impecable, con auténticos momentos merecedores de admiración: la estancia en la habitación durante 15 años, la pelea (con grandes tintes de neo-noir) o el definitivo encuentro entre los citados personajes.


Precisamente, la escena de la pelea en el pasillo es una de las más recordadas de la película, debido a su brutalidad y violencia. Un verdadero plano secuencia de más de tres minutos que destaca por el hecho de que, pese a la dureza de las imágenes, no hay ni una sola muestra explícita de sangre entre los personajes implicados. 


Rodarla no fue nada fácil, máxime considerando que no hay ningún corte, lo que obligaba a filmarla en una sola toma. Para ello, hubo que ensayar arduamente. La escena tuvo que prepararse durante tres días, en los que se rodaron 17 tomas para, después, poder hacer una única y definitiva. Todo un ejercicio de coreografía bien ejecutado. Es más, no hubo que añadir demasiados efectos en postproducción; únicamente el cuchillo con el que fue atacado Oh Dae-su por la espalda.


Según reveló en un extenso artículo Luis M. Álvarez en Extracine, la icónica escena de lucha en el pasillo tuvo que inspirarse en las escenas de pelea de los videojuegos de combate, por la forma de filmarse este plano secuencia, emulando así el plano bidimensional característico de los mismos. Park declaró que no fue intencionada tal inspiración aunque, como apunta Álvarez, sus referencias hacen que recuerden mucho a escenas de la saga de videojuegos de 'Street Fighter'.


Otra de las escenas que causó mucha polémica, aunque fue más en Occidente que en Corea del Sur, fue aquella en la que Oh Dae-su come un pulpo vivo en un restaurante. Aunque se pensó que se hizo por efectos, lo cierto es que, efectivamente, nuestro protagonista se comió el animal vivo y coleando. De hecho, se tuvieron que utilizar cuatro pulpos vivos durante la realización de la escena en cuestión. 


Para curiosos, el plato existe y se llama San-nakji, y es una delicia en Corea del Sur y muy propia del este de Asia. Eso sí, normalmente se mata al animal y se corta antes de su consumición. No se come entero ni vivo. Lo que provoca los movimientos mientras se come son los nervios de los tentáculos, ya que la actividad nerviosa sigue funcionando en los momentos siguientes a su muerte.


La banda sonora fue compuesta por Shim Hyeon-jeong, Lee Ji-soo y Choi Sueng-hyun y dura 60 minutos. Lo que hace que llame mucho la atención es que la mayor parte de los temas de la película tienen como título el nombre de un mítico largometraje. Esto lo hizo Park Chan-wook para homenajear a directores y películas que le han influenciado en su carrera. 


Entre las películas que dan título a los temas de "Oldboy" están "Historia de un detective" de Edward Dmytryk, "El beso mortal" de Robert Aldrich, "Retorno al pasado" de Jacques Tourneur, "El conde de Montecristo" de Rowland V. Lee, "Solo en la noche" de Joseph L. Mankievicz, "Cul-de-Sac" de Roman Polanski, "El último vals" de Martin Scorsese, "Gritos y susurros" de Ingmar Bergman, "Al final de la escapada" de Jean-Luc Godard, "Un romance peligroso" de Steven Soderbergh, "Centauros del desierto" de John Ford o "Mira quien habla" de Amy Heckerling.





Finalmente, mencionar que Park Chan-wook recurrió a fuentes mitológicas al cofeccionar el guión de este film. En particular, nombró al protagonista Oh Dae-su por su relación etimológica con Edipo. En inglés Edipo es Oedipus, un nombre que se parece mucho al de Oh Dae-su en coreano. 


Aunque la mayor parte de la crítica internacional apenas mencionase la relación de 'Oldboy' con el mito de Edipo, lo cierto es que Park conjugó casi toda la película alrededor de este mito griego, pese a estar inspirado en el manga de Tsuchiya y Minegishi. 


Es más, Park realizó toda la película girando alrededor de la mitología griega en sentido amplio. En una entrevista con Ikonen, afirmó que una de las escenas más icónicas de la película, en la que Lee Woo-jin está haciendo una extraordinaria postura de yoga, la realizó así para dar a Woo-jin "la imagen del dios Apolo". En la tragedia 'Edipo rey' de Sófocles, fue la profecía de Apolo la que revela el destino de Edipo. Según la analista de cine Kim Kyungae, en 'Oldboy', Edipo queda representado tanto por Oh Dae-su como por Lee Woo-jin. 


Más paralelismos con la tragedia griega son la forma en la que Oh Dae-su expía su culpa. Al saber que ha cometido incesto, Dae-su se corta la lengua para evitar revelar la verdad, algo similar a lo que hace Edipo que, cuando se entera que se ha casado con su madre, se arranca los ojos para no ver la verdad. También está Woo-jin, cuyo aspecto joven (llamativo al tener la misma edad que Dae-su) le da cierto aire etéreo, propio de un dios y, como en la mitología griega, Woo-jin comete incesto con su hermana, como sucedía con los dioses, además de tener micrófonos en la empresa de Dae-su, lo que la da mayor sensación de omnipresencia.


En definitiva, nos hallamos ante una historia de hombres que se vuelven monstruos, y de monstruos que claman por la redención de sus almas. Cruda hasta la médula, pero imprescindible para comprender cuán desdibujados pueden llegar a ser los límites de lo “moral” y lo “justo”. Una narración bien articulada con un brutal e impactante desenlace que helará el corazón de más de uno.



sábado, 30 de noviembre de 2019

¿HAY ALGUIEN AHÍ?





“Existen dos posibilidades: que estemos solos en el universo o que no lo estemos. Ambas son igualmente aterradoras.”


(Arthur C. Clarke)








Desde el comienzo de los tiempos hemos contemplado las estrellas con el ensimismamiento de un niño. Fuimos cautivados por los profundos confines del espacio exterior, hasta el punto de entregarnos a su colosal inmensidad. 


Nuestro pensamiento se ha dirigido siempre a esa infinitud celeste, albergando la esperanza de hallar en ella la respuesta a los grandes interrogantes. ¿Qué es la existencia? ¿Cuál es el propósito de la misma? ¿Estamos condenados a desaparecer en la Nada?


Pero esa mirada cargada de inquietud también nos ha llevado a cuestionarnos nuestra diminuta y solitaria posición dentro del Universo (des)conocido. ¿Somos fruto de una causalidad lógica? ¿O más bien somos una simple casualidad existencial más? ¿Somos el único ente existente? ¿O más bien compartimos este cruel destino con otras formas de vida?






Filosofía, literatura, pintura…son múltiples las disciplinas artísticas a través de las cuales el ser humano ha plasmado su obsesión por tales cuestiones a lo largo de la historia. 


Y el séptimo arte no ha permanecido ajeno a dicha labor, pudiendo congratularse de contar con autenticas obras de referencia en lo que a esta materia se refiere.


A lo largo de estas líneas recopilamos algunas de las más sensacionales impresiones audiovisuales que se han filmado, con el firme propósito de discernir una verdad que dista de nosotros miles de millones de años luz.


1.- El viaje a ninguna parte


2001, UNA ODISEA EN EL ESPACIO (1968, Stanley Kubrick)







La película de ciencia-ficción por excelencia de la historia del cine narra los diversos periodos de la historia de la humanidad, no sólo del pasado, sino también del futuro. Hace millones de años, antes de la aparición del "homo sapiens", unos primates descubren un monolito que los conduce a un estadio de inteligencia superior. Millones de años después, otro monolito, enterrado en una luna, despierta el interés de los científicos. Por último, durante una misión de la NASA, HAL 9000, una máquina dotada de inteligencia artificial, se encarga de controlar todos los sistemas de una nave espacial tripulada. 


Basada en un relato corto de Arthur C. Clarke que, tras el estreno, se transformó en la primera novela de una de las sagas más destacadas de la ciencia ficción literaria, es una de las películas más discutidas de la filmografía del siempre perfeccionista Stanley Kubrick. 


Forma parte de la historia de la conquista del espacio, ya que alguno de los métodos expuestos en la película para producir gravedad en el vacío espacial (combatiendo los efectos de la microgravedad sobre la anatomía humana, especialmente en la pérdida de masa ósea) fueron investigados y aplicados por la NASA. 


Es la película que demostró que la ciencia ficción cinematográfica también podía ser adulta, llevando el género a la madurez, y cuenta con algunas imágenes (como la del ballet espacial) que se han convertido en un icono audiovisual. 





SOLARIS (1972, Andrei Tarkovsky)






Un científico es enviado a la estación espacial de un remoto planeta cubierto de agua para investigar la misteriosa muerte de un médico. Adaptación del clásico de ciencia-ficción del escritor polaco Stanislaw Lem. 


Adaptación de la novela homónima del escritor y divulgador científico Stanislaw Lem. Si bien respeta el núcleo argumental de su original literario, lo cierto es que el film de Tarkovsky despliega un planteamiento propio y distinto en los elementos temáticos y estéticos. 


Lem centra la historia de Solaris en el insuficiente avance de la ciencia para lograr una comunicación humana con las formas de vida alienígenas, debido a que la naturaleza de la vida sentimental extraterrestre puede operar al margen de la experiencia y la comprensión humanas. 


Tarkovsky, sin embargo, destaca principalmente los sentimientos de Kris Kelvin hacia su esposa Khari, así como el impacto de la exploración del espacio exterior sobre la condición humana.




INTERSTELLAR (2014, Christopher Nolan)














Al ver que la vida en la Tierra está llegando a su fin, un grupo de exploradores dirigidos por el piloto Cooper (McConaughey) y la científica Amelia (Hathaway) emprende una misión que puede ser la más importante de la historia de la humanidad: viajar más allá de nuestra galaxia para descubrir algún planeta en otra que pueda garantizar el futuro de la raza humana. 


Un cuento de ciencia ficción, en el que el ser humano emprende un viaje a la parte desconocida del universo conocido. A lo más profundo de nuestro cosmos y de nuestra finita existencia. Y puede que ese viaje no tenga un retorno posible. 


Los sentimientos y las emociones humanas caminan de la mano de la ciencia, y juntas se dirigen hacia los confines del universo, tratando de arrojar luz sobre la oscuridad imperante tras los grandes interrogantes de la vida. 


La cinta de Christopher Nolan es el nuevo punto de partida para el cine de ciencia ficción de exploración espacial, el cual ya había alcanzado la gloria, como hemos apuntado, con el estreno de 2001, Una Odisea en el espacio.



2.- Ya están aquí

LA GUERRA DE LOS MUNDOS (1953, Byron Haskin)















Cerca de un pequeño pueblo de Estados Unidos cae algo que, a primera vista, parece ser un meteorito. Los vecinos acuden al lugar del acontecimiento y descubren que un extraño objeto de que emerge una especie de ojo que empieza a disparar un rayo mortal. Es una nave marciana que, junto con otras muchas, ha llegado a la Tierra para conquistarla. La invasión está teniendo lugar simultáneamente en todo el planeta y ni siquiera la bomba atómica podría detenerla. La humanidad está perdida. 


Un clásico destacado por sus efectos especiales, pero poco fiel a la novela de H.G. Wells. Es la historia por excelencia de las invasiones extraterrestres hostiles, en las que la humanidad es mostrada como una forma de vida inferior, condenada a una ineludible extinción. 


En 2005 Spielberg haría un remake de este film, no mucho más fiel a la novela de Wells que su predecesor: el siglo 19 de la novela original se cambió por nuestra actualidad, renunciando al paisaje de la Inglaterra victoriana presente en el relato de Wells. 




ENCUENTROS EN LA TERCERA FASE (1977, Steven Spielberg)

















Una noche, cerca de su casa, en Indiana, Roy Neary (Richard Dreyfuss) observa en el cielo unos misteriosos objetos voladores. Desde entonces vive tan obsesionado por comprender lo que ha visto que se distancia de su esposa (Teri Garr). Encuentra apoyo en Jillian Guiler (Melinda Dillon), una mujer que también ha sido testigo de los mismos hechos. Juntos intentan encontrar una respuesta al misterio que ha alterado sus vidas. Al mismo tiempo, un nutrido grupo de científicos internacionales, bajo la dirección de Claude Lacombe (François Truffaut), empieza a investigar las apariciones de ovnis y otros extraños fenómenos. 


En esta ocasión, la visita de los habitantes del espacio exterior se presenta como no hostil, constituyendo un auténtico encuentro de culturas. 


La película de Spielberg contó con la presencia en pantalla del reconocido investigador norteamericano J. Allen Hyneck, que apareció en un breve cameo. Por su parte, François Truffaut interpretó a un personaje que emulaba a otro famoso investigador del fenómeno: Jacques Vallée. Los controladores aéreos que vemos en la película son reales. Este proyecto popularizó la tipología de los extraterrestres conocidos como Grises.




LA LLEGADA (2016, Denis Villeneuve)
















Cuando naves extraterrestres comienzan a llegar a la Tierra, los altos mandos militares piden ayuda a una experta lingüista (Amy Adams) para intentar averiguar si los alienígenas vienen en son de paz o suponen una amenaza. Poco a poco la mujer intentará aprender a comunicarse con los extraños invasores, poseedores de un lenguaje propio, para dar con la verdadera y misteriosa razón de la visita extraterrestre... Adaptación del relato corto "The Story of Your Life" del escritor Ted Chiang, ganador de los reconocidos premios de ciencia ficción Hugo y Nebula. 


Los visitantes de esta película traen un mensaje para la humanidad. El lenguaje es el arma más poderosa de que disponemos. Por medio del lenguaje se constituyen civilizaciones, pero también se destruyen las mismas. El lenguanje es un instrumento social, pero también político. El lenguaje es, en definitiva, un medio tan constructivo como destructivo. 


Este es el subtexto que Villeneuve nos planeta en este interesante e innovador film de ciencia ficción adulta. 


La humanidad está condenada a entenderse si desea sobrevivir, y el único modo de conseguir tal fin reside en un arma de doble filo.





3.- Cenizas a las cenizas



EL PLANETA DE LOS SIMIOS (1968, Franklin J. Schaffner)












George Taylor es un astronauta que forma parte de la tripulación de una nave espacial -en una misión de larga duración- que se estrella en un planeta desconocido en el que, a primera vista, no hay vida inteligente. Sin embargo, muy pronto se dará cuenta de que está gobernado por una raza de simios mentalmente muy desarrollados que esclavizan a unos seres humanos que carecen de la facultad de hablar. Cuando su líder, el doctor Zaius, descubre horrorizado que Taylor posee el don de la palabra, decide que hay que eliminarlo. 


Con este film de claras connotaciones apocalípticas, gestadas durante una época en la que el terror nuclear estaba a la orden del día, Schaffner nos muestra el destino fatal de una humanidad deshumanizada, egoísta y autodestructiva.


El hombre se ha valido de la ciencia y de la tecnología sin ningún tipo de reserva o límite, y ha caminado hacia el progreso de la especie, despreciando en todo momento las demás formas de vida que habitan su entorno. 


El planteamiento narrativo es fatalista, destacando en este sentido la famosa escena en la que Taylor se lamenta por los atrocidades del hombre ante uno de los símbolos de la civilización moderna, la cual dista mucho de poder hallar su propia redención. 





WALLE (2008, Andrew Stanton)


















En el año 2800, en un planeta Tierra devastado y sin vida, tras cientos de solitarios años haciendo aquello para lo que fue construido -limpiar el planeta de basura- el pequeño robot WALL•E (acrónimo de Waste Allocation Load Lifter Earth-Class) descubre una nueva misión en su vida (además de recolectar cosas inservibles) cuando se encuentra con una moderna y lustrosa robot exploradora llamada EVE. Ambos viajarán a lo largo de la galaxia y vivirán una emocionante e inolvidable aventura... 


También aquí vemos las conscuencias del desaforado e irracional uso de la ciencia y de la tecnología por el hombre. 


El film constiuye una clara denuncia del terrible impacto ecológico que causa nuestra actual forma de vida. Un proyecto de concienciación que nos revela los efectos últimos que se desatarían en el planeta si no se revierte la tendencia actual. 


Hay una dicotomía muy destacable en el núcleo temático del film: la Tierra puede sobrevivir sin nosostros, pero la humanidad no puede sobrevivir sin la Tierra. 








jueves, 21 de noviembre de 2019

UN TIPO DURO DE OJOS LÁNGUIDOS






"Lo único que me diferencia de mis compañeros actores es que yo he pasado más tiempo en la cárcel."


(Robert Mitchum)




Actor, poeta, compositor y cantante, la carrera artística de Robert Mitchum fue de lo más polifacética. Pese a ello, la fama no fue el galón que más luciría públicamente.


La vida del chico malo de Connecticut estuvo repleta de episodios trágicos y vivencias bizarras, situaciones todas ellas que acabarían por marcar de forma decisiva las formas y los gestos que más tarde reflejaría a lo largo de su obra.



A pesar de su exitosa carrera, daba la impresión de ser un actor de lo más humilde, ya que, como apuntábamos, despreciaba la fama, llegando incluso a afirmar que "ser actor no es un trabajo de verdad".





Mitchum no veía sus propias películas ("me pagan por rodarlas, no por verlas") y tampoco apreciaba sus cualidades como intérprete ("sólo tengo dos formas de actuar: con caballo y sin caballo").


Sus círculos más cercanos aseguraban que su aparente pasotismo era una pose; que en realidad se tomaba su trabajo muy en serio, pero que no quería que nadie se diera cuenta para mantener su imagen de tipo duro.

Por eso mismo, prefería que la gente comentara que fumaba marihuana de forma habitual o que era capaz de tomarse 50 vasos de whisky antes de cenar.



De hecho, Mitchum moriría a los 79 años víctima de un cáncer de pulmón, no sin antes haber sido advertido por diferentes médicos de que debía dejar el tabaco y la bebida.



Como era de esperar, Robert no les hizo ni caso, y la noche que murió fumó un cigarrillo y bebió una copa de whisky justo antes de irse a la cama por última vez.




Tras su fallecimiento corrió el rumor de que habían esparcido sus cenizas en una destilería de whisky. Dicho suceso no fue verídico, pero pudo haberlo sido, ya que Mitchum así lo pidió en vida. No obstante, su familia optó finalmente por arrojar sus cenizas al mar.



Vida familiar, tragedias y vagabundeo


Robert Charles Duram Mitchum nació el 6 de agosto de 1917, en el estado de Connecticut, en el seno de una familia humilde. De niño, tuvo que huir junto a su familia debido a problemas legales, ya que el  padre de Robert estuvo a punto de matar a un conductor de autobús por una discusión de tráfico. 

Tras este suceso se mudaron a Charleston (Carolina del Sur), región en la que Robert creció. Su padre encontró empleo en el ferrocarril, donde sufriría un accidente mortal al quedar atrapado entre dos vagones que acabaron aplastándole. 


Viuda y con tres hijos a su cargo, la madre envió a Robert a vivir a la granja de los abuelos, que estaba situada en Delaware. Allí el pequeño Robert se rebeló y fue expulsado de la escuela secundaria por pegar al director.



Asolado por la tragedia en una etapa tan temprana de su vida, Robert empezó a escribir poesía, y llegó a ser tan bueno que los periódicos publicaron algunos de sus poemas. 

Pero Mitchum no quería parecer un tipo blando por lo que, con sólo 14 años, entró en una banda de delincuentes juveniles y se marchó de casa. 


Era la época de la Gran Depresión.


El joven Robert viajó por todo el país colándose en trenes de mercancías como un vagabundo. De hecho fue arrestado en Georgia por vagabundear y fue sentenciado a 30 días de trabajos forzados (le pusieron a construir una autopista encadenado a otros prisioneros). Sin embargo, sólo estuvo allí 3 meses, ya que en un despiste de los guardias consiguió escapar corriendo, mientras los policías le disparaban. Estuvo a punto de morir, pero consiguió ocultarse y regresar a casa de su madre. 



En aquel entonces trabajó de todo un poco: boxeador, minero y portero de un night-club.

Cuentan las malas lenguas que una pelea de boxeo le ocasionó una lesión que lo dejó con su característica mirada triste y semi-somnolienta que después mostraría en la gran pantalla. 



Finalmente conocería a Dorothy Spence, la mujer de su vida. Quizá por ganarse su respeto, Mitchum fue en busca de trabajo a las fábricas que estaban abriendo en Los Ángeles, pero una vez allí, descubrió que en la industria del cine pagaban mucho mejor. No le costó mucho esfuerzo encontrar trabajo como figurante gracias a sus metro y 85 centímetros de alto, sus ojos azules y su cuerpo fornido. 



Hollywood meets Mitchum


A su llegada al paradisíaco entorno de L.A., Mitchum empezó a trabajar como especialista en varios rodajes. Montaba bien a caballo, pero jamás pensó que llegaría a ejercer de actor profesional. 



En 1943 apareció en un total de 19 películas, en gran parte westerns, y luego tuvo papeles más importantes como 30 segundos sobre Tokio (1944), de Mervyn LeRoy, junto a Spencer Tracy. Su consagración vendría con el drama bélico También somos seres humanos (1945), de William A. Wellman. 



Era la primera vez que un papel le interesaba realmente, aunque para él ser actor era un oficio más. Mitchum acabó encasillándose en el rol del cine negro, con una aparente inexpresividad que le ayudó a especializarse en personajes taciturnos y lacónicos.



Sydney Pollack, que lo dirigió en Yakuza (1974), afirmó de Robert que “de algún modo se avergonzaba de ser actor”, porque le resultaba un poco bochornosa toda la atención que generaba.




Le gustaba pasar el tiempo libre con sus amigos y beber. Solía salir de fiesta hasta horas intempestivas con Frank Sinatra, Orson Welles y John Wayne. Quería hacer las cosas propias de un hombre normal, pero Hollywood no era el lugar ideal para dar rienda suelta a sus deseos. Así, se fue ganando la fama de ‘chico malo’ que lo acompañó toda su vida. 

Empezó a ganar dinero y su mánager le estafó, causando la bancarrota de la familia. 

El 31 de agosto de 1948 un escándalo tambaleó su carrera, ya que fue detenido en una fiesta por posesión de marihuana y pasó casi dos meses en la cárcel. Mitchum siempre aseguró que le habían tendido una trampa.




Su innegable encanto se vio ensombrecido tanto por este sórdido asunto, que le apartó de las listas de candidatos a la estatuilla dorada de la Academia de Hollywood. Sin embargo, contó con el apoyo del magnate Howard Hugues, que controlaba parte de la compañía RKO. 

Durante la década de los cincuenta y sesenta continuó dejando su huella en el séptimo arte. En Río sin retorno (1954) actuó al lado de Marilyn Monroe e interpretó el tema principal musical.


Uno de sus papeles más reconocidos fue en la piel de un predicador de instintos asesinos en La noche del cazador (1955), que fue un fracaso comercial. Con Deborah Kerr rodó cuatro filmes, entre ellos Solo Dios lo sabe (1957) a las órdenes de John Huston, con quien entabló una gran amistad.



Gregory Peck le convenció para que hiciera de criminal en El cabo del terror (1962) y tres décadas después participó en el remake dirigido por Martin Scorsese. 



Junto a Shirley McLaine coprotagonizó Cualquier día en cualquier esquina (1962) y Ella y sus maridos (1964), además de entablar una relación amorosa que a punto estuvo de decir adiós a su matrimonio. Sin embargo, Dorothy permaneció a su lado hasta el final. 



Las actrices con las que trabajó le adoraban: Jane Russell, Deborah Kerr o Joan Collins hablaban maravillas de ese hombre que detestaba la falsedad que reinaba en la industria y al que le gustaba contar chistes picantes y explicar historias sin mirar el reloj.







Otro de sus papeles más memorables fue en la piel de un maestro viudo en La hija de Ryan (1970), de David Lean. 

A principios de la década de los setenta empezó a perder interés en el cine hasta que cayó en sus manos el personaje de Philip Marlowe, el detective de las novelas de Raymond Chandler que había inmortalizado Humphrey Bogart.

Mitchum dotó a su personaje de autenticidad y un carisma tan peculiar como Bogie en Adiós, muñeca (1975) y Detective privado (1978). En esta última actuó junto a James Stewart, que curiosamente falleció un día después que Mitchum.




En 1983, con 66 años, intervino en la miniserie Vientos de guerra, donde se hizo evidente su problema con el alcohol. Bebía mientras trabajaba y no se acordaba de sus textos. Ingresó en el centro Betty Ford para desintoxicarse. El tabaco tampoco ayudó a mejorar su delicada salud. Tuvo un enfisema y llegó a depender del oxígeno; aún así continuó fumando. 

Tras la apariencia de tipo duro, Mitchum fue un hombre sensible que ahogó su inseguridad en litros de alcohol y se vanaglorió de no haber entrado en el juego de Hollywood. “Nunca he cambiado, excepto de calcetines y ropa interior. Y nunca hice nada para glorificarme a mí mismo o mejorar mi suerte. Tomé lo que vino e hice lo mejor que pude con ello”.

Mitchum rodó en total 133 películas y teleseries, fue nominado al Oscar por el drama bélico "También somos seres humanos" y, ya en su madurez, recibió el premio Donostia por el conjunto de su carrera.